Antes de hablar en público, es inevitable que surjan nervios. Nos encontramos en una situación donde un grupo de personas nos están mirando de frente, en silencio. Nuestro cerebro lo lee como una situación de confrontación y, por lo tanto, de riesgo. Esto tiene una explicación científica y la culpa la tiene la parte más primitiva de nuestro cerebro, el cerebro reptiliano que se encarga de nuestra supervivencia.

 

 

¿Cuáles son los síntomas?

 

Lo habitual es que aceleremos nuestro discurso (para acabar pronto y superar esa situación lo más rápido posible). También suele ocurrir que nos movemos de forma compulsiva y sin orden alguno: apoyamos el peso de nuestro cuerpo solo en una pierna y luego en la otra, hacemos un paso hacia adelante y luego hacia atrás repetidamente, etcétera.

¿Cómo podemos evitar tener nervios al hablar en público?

 

Malas noticias: los nervios son inevitables. Buenas noticias: los nervios son necesarios. Tener nervios es positivo porque nos permite estar presentes y concentrados en lo que tenemos que hacer. Gracias a ellos, nuestro cuerpo evita que nos confiemos y aumentan las posibilidades de que logremos nuestro objetivo: transmitir con eficacia nuestro mensaje al público.

Cuando damos un discurso, debemos de estar concentrados porque hay muchos elementos que tenemos que controlar: el público, nuestro texto, posibles complicaciones durante la explicación, la tecnología de apoyo que usamos para nuestra charla (como un PowerPoint), y un largo etcétera. Tiene que quedar muy claro: los nervios son inevitables pero también necesarios.

Os voy a poner un ejemplo personal que resume lo que quiero decir.

Hace unos años trabajé en una radio muy conocida en Barcelona, RAC1. Un día, Jordi Basté, que dirige el matinal más escuchado en Cataluña, me dijo lo siguiente: “Si un día se enciende el piloto rojo [una luz que marca a los locutores que están hablando en directo] y no siento mariposas en el estómago, ese día dejaré de hacer radio”.

Basté entiende que los nervios son necesarios para estar concentrado, atento y pendiente de que todo salga bien. En definitiva: son una señal inequívoca de que no va a caer en excesos de confianza, que se toma su trabajo en serio. Entonces, ¿no hay que hacer nada? No. La clave está en GESTIONAR los nervios, y gestionar los nervios significa que tu público no los perciba. Si ellos no los notan, significa que los estás gestionando bien. ¡Cuidado! porqué tú, siempre pensarás que la gente los está notando, pero pocas veces es así.

¿Cómo podemos gestionar los nervios?

 

Hoy te dejaré dos consejos básicos para empezar a controlarlos. Son sencillos y rápidos de aplicar, pero pueden tener un impacto muy grande en el resultado final de tu charla.

Primero. Calienta la boca. ¿Verdad que los deportistas calientan su cuerpo antes de hacer ejercicio? Pues los oradores también debemos de hacerlo. Necesitamos calentar los músculos de nuestra boca para poder hablar con fluidez y claridad. Hay que evitar que los nervios empeoren nuestra dicción generando atropellos silábicos. Para lograrlo hay un truco muy sencillo. Ponte un bolígrafo en horizontal en tu boca (entre el maxilar inferior y el superior) e intenta hablar durante uno o dos minutos. Te ayudará mucho si recitas la introducción de tu discurso en voz alta. Si quieres aumentar la dificultad, intenta decir unos cuantos trabalenguas. Prueba con estos.

Cuando te saques el bolígrafo de la boca verás que hablas con muchas más claridad y fluidez. Es parecido al efecto que surge al jugar a un videojuego al máximo nivel de dificultad durante un tiempo. Si luego bajas el nivel de la partida, los objetivos resultan sencillísimos.

Importante: Este ejercicio se debe practicar justo antes de dar el discurso porque al cabo de unos cinco minutos desaparecen los efectos beneficiosos.

Segundo. Intenta causar una buena primera impresión. ¿Cuánto tarda la gente en juzgar a una persona que tiene delante? 20, 30, 40 segundos… No mucho más. Que las personas juzgamos de buenas a primeras es normal, somos seres influenciables.

La clave es entender que cuando nos formamos una opinión de algo, nos cuesta mucho contradecirnos, nos cuenta mucho cambiar de parecer. Esto lo debemos jugar a nuestro favor. Si al principio de tu presentación logras causar una buena impresión, vas a remar con el viento a favor durante toda la charla. Para lograrlo solo debes hacer una cosa. Cuando llegues al escenario (o al lugar desde donde das tu charla), sonríe ligeramente dos segundos mientras miras a todo el mundo y, entonces sí, empieza a hablar.

Si haces esto, la primera impresión de la gente será que dominas el escenario, que controlas lo que haces, que estás tranquilo y proyectarás credibilidad. En definitiva, mostrarás un conjunto de atributos que sumarán a tu favor y que facilitaran una buena opinión sobre tu presentación. Es como empezar un partido de futbol ganando 1 a 0.

Con esos dos segundos de silencio también le estás demostrando a tu parte del cerebro más primitiva que no ocurre nada grave, que puede estar tranquila. Además, sonreír genera endorfinas: esto beneficiará tu estado de ánimo.

Esto también le ocurrirá a muchas personas de tu público, porque la sonrisa (al igual que el bostezo o el aplauso) es un movimiento mimético. Es decir, si logras que tu audiencia sonría (o afloje un poco de tensión en las mandíbulas) harás que se sienta mejor.

Espero que estos consejos te hayan hecho perder un poco los nervios al hablar en público. ¡Te recomiendo que te animes a probarlos!

 

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